Esta nota es escrita por Haladhara Dasa, amigo de este blog.
Todo proyecto usa bocetos. Los arquitectos hacen innumerables y emplean cualquier papel al alcance, servilletas, etc. El enciclopedista Prabhupada realizó sus traducciones usando la parte posterior de comprobantes de pago. Pero más allá de la anécdota del tipo de papel usado está la tremenda importancia del boceto como documento escrito que lleva a la concreción práctica final de una idea. El dicho chino "la tinta más débil es más poderosa que la mejor memoria" nos conduce a considerar que incluso que uno tenga una idea "genial", un eureka mejor que el griego, la anotación escrita de esa revelación nos asegura que la pérdida de la memoria o la confusión no nos haga perder aquel pedazo de información valiosa. Pero incluso en el caso de ser una idea vaga o débil, un vislumbre de algo muy grande que todavía no se percibe por completo –como sucede muchas veces- la anotación nos permitirá continuar en esa línea de descubrimiento hasta llegar a la tierra prometida. Stockhausen decía que cuando uno escribe algo ya tiene una existencia concreta.
Entre los compositores los bocetos son manipulados tan diversamente como es posible. Unos los guardan con celo y otros los destruyen sistemáticamente. Unos los ordenan y otros permiten que se acumulen sin orden ni concierto. Unos bocetos son (casi) obras de arte de la caligrafía y otros podrían conducir a su autor a la sala psiquiátrica. Unos son ordenados y precisos -con fecha y título-, otros sólo el autor conoce su zigzagueante derrotero, a veces. Unos usan letra menuda, otros usan todos los colores. Unos son numéricos, otros verbales. Pero todos cumplen la misma misión, llevar de la mano y paso a paso, el desarrollo de la composición.
Elliott Carter ha ganado el premio Pulitzer, dos veces. Su cuarteto de cuerdas (no recuerdo si el primero, segundo o tercero) empleó 2,000 páginas de bocetos. Y el cuarteto en sí utilizó menos del 1% de esa cantidad de páginas. Claro que la abundancia en los bocetos no asegura ni la calidad ni un premio Pullitzer.
Es una suerte de diario de composición, con caminos seleccionados y desechados. Conservados apropiadamente uno puede releerlos y decir "¡Ajááá! ¿Porqué no continué con este camino?". Eso tan sólo ya nos puede llevar hacia otra composición y una en la que la conciencia del desarrollo de algo prometedor ya está en un buen porcentaje asegurado y no repetir lo ya explorado. O también puede alimentar el deseo de reexplorar y más profundamente un camino trazado.
Stockhausen daba seminarios de composición de 9 días, hablando cada día sobre la misma obra. Para hacerlo se valía de unos cuadernillos repartidos entre los asistentes (más de 150) conteniendo sus bocetos (también usaba ejemplos sonoros). Podemos fácilmente imaginar que el hecho de darse el tiempo en seleccionar las páginas de sus bocetos para el seminario, releerlos, explicarlos, le fortalecía su propia visión composicional.
La fundación . . . en Suiza guarda los bocetos (y manuscritos) de una gran cantidad de compositores, vivos o muertos. No se le permite la entrada sino a investigadores debidamente acreditados para que vean esos documentos. Es decir, concede un valor y una importancia extraordinaria a los bocetos. Entonces, cuánta importancia hemos de concederle los compositores a nuestros bocetos.
No sé cómo trata este asunto el conservatorio; en todo caso el/la compositor/a es la primera persona en poner todo su interés. Personalmente creo que la ordenación por fecha es la mejor. Si a esa se le añade una ordenación por título, tanto mejor. Elliott Carter coloca sus bocetos en carpetas separadas por mes del año.
Pero la experiencia demuestra que cada compositor tiene su propia forma de trabajar con sus bocetos.
Algunas veces pueden transformarse en algo distinto, no en una composición, sino en un libro o en un programa de composición. El caso del libro fue con Elliott Carter: se encontró con que los bocetos de su concierto para piano estaban anotados en pedazos de papel y que sólo repetían una y otra vez ciertas cosas. Optó por sistematizarlas y publicó su libro sobre Armonía. A mí me sucedió que los bocetos de una de mis piezas se transformaron en un diccionario personal y finalmente en un programa de composición. Ahora me permiten componer obras casi sin respiro.
Bocetos para los ritmos, bocetos para la armonía, bocetos para las melodías, bocetos para los timbres, para la orquestación, bocetos para la revelación última en la que todas esas cosas (y otras) se mezclan y amalgaman en un solo suspiro.
Antes me sentía insatisfecho cuando releía algún boceto y me daba cuenta de lo débil que era. Pero he aprendido a confiar en que si permanezco fiel a la idea original y la continúo –estudiándola o aplicándola- finalmente aparecerá una situación en la que sentiré satisfacción, que "he llegado". Claro que es posible que una idea sea desechada finalmente, tantas veces me/nos ha sucedido.
También he aprendido que los bocetos anotados un tanto desordenadamente no siempre son inferiores a aquellos en los que he trabajado con precisión. Ambos "hijos" son queridos y a veces el despeinado resulta más inteligente que el acicalado.
Haladhara Dasa.
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