I.
Desde siempre, el compositor latinoamericano de música de arte ha tenido que emprender, con enjundia y paciencia a toda prueba, el recorrido de un arduo camino para alcanzar la posibilidad de ejecución y difusión de su obra. Sin embargo, cuando logra realizar este objetivo, su expectativa se ve frustrada las más de las veces, por la mediocridad de las ejecuciones y la indiferencia de la escasa crítica. Estos dos factores refuerzan de manera permanente el rechazo apriorístico del público hacia nuestra música de arte y, por ende, su poco criterio para distinguir entre la que tiene calidad y originalidad auténticas y la que tan sólo las aparenta, apoyada en esta desinformación del público, esmeradamente alimentada por la mayoría de los ejecutantes y las instituciones, cerrando de este modo el círculo vicioso en el que se encuentran atrapados casi todos los compositores latinoamericanos que tienen algo propio que decir. Esta situación ha llegado al grado en que sólo la dedicación de unos cuantos directores e instrumentistas y la capacidad interpretativa de algunos autores permitan que sus partituras puedan por lo menos darse a conocer como fueron concebidas.
II.
A lo largo de la existencia de la música culta en nuestros países, el compositor ha debido enfrentar diversas dificultades cuya proporción varía según las naciones. Entre ellas, las más constantes son las siguientes:
- La incomunicación tradicional en nuestro continente y la deficiencia en la instrumentación actualizada de los medios de comunicación para fines artísticos.
- El número limitado de ejecutantes profesionales para interpretar con propiedad la música contemporánea.
- El nulo, poco o inadecuado otorgamiento de recursos por parte de la mayoría de los gobiernos.
- La casi inexistente aportación de sociedades filantrópicas o comerciales.
- La limitada, indiferente o parcial generación y distribución de grabaciones y publicaciones de obras.
- La deficiente protección de los derechos de autor y, en los casos en que se cubren, el saldo es casi simbólico.
- La inexistencia de encargos de obra, y cuando excepcionalmente los hay la paga es reducida y frecuente el enlatado de las partituras entregadas.
- La desjerarquización de los verdaderos compositores, debida a una equivocada «democracia» en la programación de ejecuciones, la distribución de recursos y la asignación de becas y reconocimientos.
- La comercialización de orquestas y festivales que, ante la situación creada con el público y con la mayoría de artistas y directores, favorecen sistemáticamente la programación de las obras consagradas del repertorio europeo, por significar éxito seguro de taquilla (con la ventaja de que no importe para ello la calidad de las interpretaciones), relegando a los creadores propios sin que ello inquiete a nadie o invitándolos esporádicamente, pero sólo con el objeto de no tener que justificar su habitual proceder.
III.
En consecuencia, y con la finalidad de establecer una plataforma común e internacional para promover el conocimiento, la publicación, la grabación y la difusión de la producción de nuestros compositores y manifestar, a través de cada obra individual, la riqueza de nuestra inventiva y variedad, con el acuerdo de un selecto grupo de creadores de América Latina se funda El Colegio de Compositores Latinoamericanos de Música de Arte, mismo que operará según sus normas internas y cuyos primeros veintiún miembros de número son los siguientes:
Rafael Aponte-Ledée (Puerto Rico) León Biriotti (Uruguay) Leo Brouwer (Cuba) Eduardo Cáceres (Chile) Germán Cáceres (El Salvador) Manuel de Elías (México) Alfredo del Mónaco (Venezuela) Carlos Fariñas (Cuba) Fernando García (Chile) Celso Garrido-Lecca (Perú) Guido López-Gavilán (Cuba) | Marlos Nobre (Brasil) Andrés Posada (Colombia) Héctor Quintanar (México) Alfredo Rugeles (Venezuela) Jorge Sarmientos (Guatemala) Héctor Tosar (Uruguay) Juan Trigos (México) Edgar Valcárcel (Perú) Carlos A. Vázquez (Puerto Rico) Alberto Villalpando (Bolivia) |
Manuel de Elías
Fundador
Ciudad de México, año 2000.
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